Acercarse a Hirokazu Kore-eda es saber que, hablar con el cineasta tokiota, es capturar un fotograma insustituible en la historia del cine contemporáneo. El mítico director de After Life o Still walking se ha convertido en un referente del cinema mundial, un rapsoda del cine japonés. Su obra reflexiva y metafísica, trasciende los cauces del mero entretenimiento, y así observar de cerca cualquiera de sus cintas implica un fuerte compromiso con el lirismo y con la realidad. Su nueva película De tal padre, tal hijo, es la encargada de inaugurar la 23ª edición de la Semana Internacional de Cine de Madrid, festival que ofrece una ocasión única para admirar la obra de uno de los más prolíficos y complejos realizadores contemporáneos.
Como les pasara a Kenji Mizoguchi, Akira Kurosawa y sobre todo Yasujirō Ozu, su cine no es sino una prolongación de su propio semblante, el testimonio de su propia personalidad. Me aproximo a él mientras el traductor se acomoda en su taburete, en esta fría mañana de noviembre. Blanco, azul, marfil y blanco, son los cuatro botones que sobresalen de su camisa de figuras geométricas. Viste americana y vaqueros oscuros; no lleva reloj o no lo veo. Sus zapatos son sobrios, negros, de los que tan solo destacan unos cordones rojos, muy anchos y cilíndricos. Me sorprende su expresión amable, sus gestos pausados, reflexivos; su pelo sabio y tupido. Escucharle es todo un recital de humildad y maestría, con pausas y tiempos; con evocaciones y clarividencia. Así es Kore-eda, mezcla de exquisitez, trascendencia y flema. Me mira con educación y ambos nos flexionamos, una leve reverencia con la que materializo toda mi admiración por su cine, un cine que se corresponde irrevocablemente con la personalidad de su director. De tal autor, tal obra, dicen algunos. De tal padre, tal hijo, dice Kore-eda.
Lucía Tello Díaz.- Me interesa mucho el hecho de que en su cine aborde con frecuencia el drama que subyace a la vida cotidiana, a la gente corriente, ¿por qué le seduce retratar este tipo de circunstancias?
Hirokazu Koreeda.- El porqué –reflexiona-. Es cierto que suelo entrar en las vidas cotidianas, en la existencia de la gente corriente. Por ejemplo en la película Kiseki (Milagro) retrato a unos niños, una vida corriente, y es con subtítulos donde explico que la temática es de “un milagro”; pero no ocurre un milagro, tan solo la realidad, que un niño se da cuenta de que no es posible la reconciliación de sus padres. Gracias a esta realidad o mediante ella, el niño crece. Pero este hecho de perder, que a su vez implica crecer o desarrollarse como persona, es de por sí un milagro. Lo que creo que hago con mi cine es entrar dentro de la vida de personas corrientes, una vida que a pesar de ser corriente tiene un tipo de valores sumamente importantes, que es lo que me gusta describir.
LTD.- Ha remarcado un aspecto de su cine que también quisiera destacar, que es la infancia, ¿qué le atrae más de la niñez para recurrir con frecuencia a esta etapa de la vida?
HK.- Hmmm –se para, piensa, sonríe-, es difícil de concretar. Aunque no lo puedo definir con mis propias palabras, le comentaré lo que me dijeron en Francia, y es el hecho de que en mis películas haya dos elementos que cobran mucha importancia, por un lado los difuntos y por otro los niños. En la película no hay un dios que juzga todo, sino una relación relativa entre un difunto y un ser vivo; un niño y un ser adulto. Cuando se ve la película desde el punto de vista del difunto, se puede describir a los vivos; y desde el punto de vista de los niños, se puede describir a los adultos. Eso es algo que me gusta. Parece que los niños también juzgan a los padres, hacen una crítica a los adultos, y a mí me gusta la posibilidad de este tipo de descripción.
LTD.- Este año ha presentado Soshite chichi ni naru (De tal padre, tal hijo), ganadora del Premio del Jurado en Cannes y del Público en San Sebastián. ¿Cómo surge la idea inicial del argumento, el planteamiento de la temática de esta película?
HK.- En el inicio, fue el señor Masaharu Fukuyama, el protagonista, quien me hizo la oferta, me propuso que hiciéramos algo juntos; es un caso muy extraño porque el ofrecimiento fue suyo. A partir de aquel momento me puse a pensar qué podía hacer con él, pensé en quién podía convertirle y finalmente decidí que actuaría como un padre en talla real, lo cual supone una nueva experiencia también para él. Por otro lado, estaban mis propias preocupaciones, los pensamientos que venían de la relación con mi hija, que tiene seis años ahora, de ahí han surgido nuevos descubrimientos e inquietudes y pensé que quería plasmarlo en la obra; aparte, y para dar un paso más, tomé la cuestión de la sangre y del tiempo, que es lo que constituye la relación padre e hijo; y finalmente, he tomado como referencia este acontecimiento que ha sucedido verdaderamente, que es real, el del intercambio de los niños. Así que se puede decir que es un proyecto que está compuesto por tres fases.
LTD.- Esta película, además, responde a otra seña de identidad de su cine, la poesía. De tal padre, tal hijo es muy poética, algo que no solo comparte con sus cintas previas como Air Doll o Nobody knows, sino también con el cineasta Yasujirō Ozu. ¿Hasta qué punto ha influido este director en su obra?
HK.- Realmente no creo haber recibido mucha influencia de este director -asiente, reflexiona, hace pausas-, pero sé que la gente considera que mi estilo se asemeja mucho al suyo. Es más, incluso han llegado a llamarme “el nieto de Ozu” –sonríe-. En este sentido, puede que haya algo en común con él. Me sorprendió mucho que en Italia, en cierta ocasión, mencionaran algo de lo que no me había dado cuenta. El director Ozu, antes de fallecer, escribió un guion que se llamaba Nabo y zanahoria, un guion que, aunque estaba escrito, no llegó a convertirse en película. Sin embargo yo, en Nobody knows, incluí una secuencia en que la madre corta nabos y zanahorias, una escena en la cocina, y los periodistas italianos me preguntaron si estaba hecha intencionalmente para dar continuidad o heredar el concepto de Ozu. Es un caso muy extremo, pero algún enlace en común puede que existiera, aunque yo no sea muy consciente de ello; tampoco trabajo teniendo en cuenta este punto. Lo que sí es cierto es que el que se me asemeje con el director Yasujirō Ozu es un máximo elogio para mí, así que ya no niego el parecido. Si usted me lo dice, le agradezco la comparación.
LTD.- Esta película viene a la Semana Internacional de Cine de Madrid, en la que Japón es el país invitado. En este marco, y desde la perspectiva de un cineasta, ¿cómo considera la situación actual del cine japonés y asimismo, cómo ve la situación del cine español de hoy en día?
HK.- La situación del cine de Japón no es la deseable, se está perdiendo mucha adaptabilidad y mucha cultura también; hay muchas producciones, y es cierto que la cantidad se ha incrementado, pero se está circunscribiendo esencialmente a lo doméstico, centrándose hacia dentro. Ahora hay menos directores que tratan de salir al extranjero, claro está que si hubiera demasiados también supondría un problema para mí –sonríe-, pero ahora sobre todo los jóvenes, no tratan de salir fuera. Por otra parte, son pocas las películas españolas que vienen a Japón. Puede que las circunstancias hayan sido un poco especiales en décadas pasadas, como en los años ochenta, cuando directores como Víctor Erice estrenaban sucesivamente películas en el cine de Roppongi, pero en la actualidad incluso una obra que haya ganado una Palma de Oro en Cannes, no se estrena en Japón. Actualmente, el mercado japonés parece estar muy centrado en las películas japonesas y también en las de Hollywood. Por eso estoy tratando de poner alguna fuerza por mi parte para poder cambiar esta situación. A ver si puedo.
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