Por Damián Gutiérrez Sáenz
Título original: È stata la mano di Dio. Año: 2021. Duración: 130 minutos. País: Italia, coproducción Italia-Estados Unidos. Dirección: Paolo Sorrentino. Guion: Paolo Sorrentino. Música: Lele Marchitelli. Fotografía: Daria D’Antonio. Reparto: Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Lino Musella, Renato Carpentieri. Género: comedia, drama.
Fabietto Schisa, adolescente, va en helicóptero. Sobrevuela el Adriático enajenado del tamaño del mar y del batido ruidoso de las hélices. Su mirada se pasea por los cubos multicolores del Nápoles de los ochenta y su oído capta entre ellas la alegría del fútbol. Cuando el paseo termina y se vuelve de nuevo hacia el mar, todo ha cambiado: Fabietto Schisa, adulterado, queda suspendido en el vacío, el helicóptero es una mota negra hacia nadie sabe dónde y su bramido narcotizante se ha vuelto tan ajeno que se extingue.
Paolo Sorrentino despacha en las primeras escenas el recuerdo de los palacios vaticanos (The Young Pope, 2016; The new Pope, 2019) y el hastío inútil de la aristocracia (La Gran Belleza, 2013; La Juventud, 2015) para exponer a través de la comedia. La primera mitad de la película saca al jardín y al agua a los desorbitados personajes de la familia de Fabietto (Filippo Scotti), incluida la pegajosa relación con sus padres (Teresa Saponangelo y Toni Servilio) con la que amortigua sus traumas asociales. Nápoles es una ciudad a la vez paralizada y a la vez rebosante de ilusión ante la posible llegada de Diego Armando Maradona, el mejor futbolista del mundo.
Ese humor con síncopes que guía las conversaciones del inicio de la película hace más cruel el tajo que la parte en dos. Más si cabe sabiendo que el guion está basado en la experiencia real del propio Paolo Sorrentino. El director se enfrenta artísticamente, muchos años después, al episodio que marcó su vida y su cine. Y la baja carga emocional que ha veces distancia de sus películas aquí se hace táctil con más naturalidad.
Después de semejante golpe, la narración se queda sonada y la segunda mitad del metraje se siente como un larguísimo epílogo de inconsistencia. Fabietto gira de rabia sin saber arrumbarse como si fuera una protuberancia costrosa del momento parteaguas de su existencia. Las escenas deambulan sin conexión ni previsión de cierre, exhibidas con la vuelta a la clásica belleza fría del director. Todas las tramas se entristecen: el impulso sexual se resuelve a años luz de las expectativas, la amistad es infructuosa y perecedera, la vocación duda y la familia se desmiembra. Si La Gran Belleza y La Juventud contaban el cansancio vital a la vejez, Fue la mano de Dios adelanta 50 años esa sensación.
En paralelo a la abulia del joven Schisa, la sociedad le va pudriendo físicamente la vida a su fantasía Patrizia (Luisa Ranieri), víctima de tres clausuras patriarcales: La obligación de concebir, el juicio a su exuberancia y el diagnóstico de la oprimida como locura. Nápoles renueva su folclore traspasando su fe del munaciello a un futbolista, pero sigue empantanada en su ideología. Sin embargo, de entre todas las expresiones divinas napolitanas y ochenteras, Fabietto ya solo le es fiel a su tía Patrizia.
Que fue la mano de Dios, le dicen. Que Maradona lo hizo. Que Maradona lo salvó. Fabietto no tiene respuestas, pero si tiene que interpretar aquello de algún modo no sería como una salvación, sino algo más parecido a la despresurización del mundo. Sorrentino, sacado brutalmente de la juventud, toma consciencia de que el desprecio y posterior olvido del dios exigen la reordenación del vacío. Ahora cuelga de sí mismo. E Intentará ser director de cine.
Deja un comentario