Título original: Vice. Año: 2018. Duración: 132 minutos. País: Estados Unidos. Dirección y guion: Adam McKay. Música: Nicholas Britell. Fotografía: Greig Fraser. Reparto: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Jesse Plemons, Alison Pill, Stefania Owen, Jillian Armenante, Brandon Sklenar, Brandon Firla, Naomi Watts, Alfred Molina, Abigail Marlowe, Liz Burnette, Matt Nolan, Brian Poth, Joey Brooks, Joe Sabatino, Tyler Perry, Shea Whigham, Cailee Spaeny, Fay Masterson, Don McManus, Adam Bartley, Lisa Gay Hamilton, Jeff Bosley, Scott Christopher, Mark Bramhall, Stephane Nicoli, Kirk Bovill. Producción: Annapurna Pictures, Gary Sanchez Productions, Plan B Entertainment. Estreno en España: 11 de enero de 2019.
Tener una historia y contarla de manera personal parecen ser las claves del director y guionista Adam McKay, un imprescindible de la ficción estadounidense que sabe llegar al tuétano del malestar contemporáneo. El otrora director de Saturday Night Live no tiene nada que esconder, se siente escamado con una realidad perturbadora y lo demuestra. La incomodidad que sentía ante quienes se lucraron con la crisis económica dio lugar a La gran apuesta (2015), cinta que le valió un Oscar al Mejor guion, y que incidía en esa bergmaniana carcoma que nos atenaza. Con su nueva cinta, McKay ha decidido arremeter contra otro de los ejes de la desazón en que vivimos: la política. Eso sí, con menor dosis de humor de la que nos tiene acostumbrados, no en vano suya es Los amos de la noticia (2013), película cuyo tono histriónico no le restó eficacia a la hora de denunciar el sensacionalismo mediático.
En esta ocasión El vicio del poder o Vice (asombroso juego de palabras al equiparar la vicepresidencia con el vicio) nos presenta una trama igualmente turbulenta. En los años sesenta Dick Cheney (Chistian Bale), un joven tarambana indiferente al engranaje social, consigue llegar al congreso por obra y gracia de su inteligente novia Lynne (Amy Adams). La estrategia que vehicula su relación es al ansia de salir de sus respectivas vidas, de llegar a lo más alto y de atesorar el mayor poder posible. Fruto de su incondicional amor (porque lo hay, y además en escandalosas proporciones), ambos se convierten en un tándem perfecto, en el que la ambición y la avidez les hacen unirse y apoyarse en todo cuanto emprenden.
El joven Cheney conoce entonces a un carismático Donald Rumsfeld (Steve Carell), quien le introduce en el gobierno de Nixon como ayudante. A partir de ese momento, la lealtad de Cheney hacia su mentor será absoluta, formando parte de los sucesivos gabinetes republicanos a lo largo de las décadas. Cuando la situación de los Cheney parece haber llegado a su máximo esplendor, con sus horas de pesca, su riqueza acumulada y sus Golden Retriever, una llamada inesperada hace que su vida (y por ende la película) comience de nuevo: George W. Bush (Sam Rockwell) desea contar con él como vicepresidente. Es entonces cuando la codicia termina por ceder ante la calma y ambos, Lynne y Dick, llegan a la Casa Blanca.
Arriesgada propuesta de Adam McKay, en ella no solo destaca la exasperante historia que narra, que también, cuanto el modo en que lo hace. Propenso como es al ritmo desaforado, a la deconstrucción del montaje, a las frenadas en seco y a la voz en off, toda la película parece ir destinada a realizar una obra tan fílmica como didáctica. Sus constantes digresiones, sus subrayados, su tipografía sobredimensionada y sus cortes en la continuidad tan solo son muestra de un extrañamiento con respecto a una historia en la que el director se adentra, pero en la que, paradójicamente, no tiene la intención de entrar.
Porque McKay no desea contar un biopic al uso, y menos existiendo sobrados métodos para hacerlo. McKay desea expresar mediante un fresco de proporciones desequilibradas y enmarañado, la vida de Cheney y de dos contextos: el que antecedió a su intervención en la arena pública y el que quedó tras su vicepresidencia. Y lo hace de una manera intencionalmente confusa, colocando al político como protagonista de una historia con la cual nos identificamos, para obligarnos después a espeluznándonos con la idea de lo que el personaje y el poder son capaces de hacer. Y todo ello, además, desde la perspectiva de un marido y un padre abnegado, comprensivo y emocional, amante de los programas televisivos, de las barbacoas en familia y de los pillow talk con su mujer.
Sin duda, uno de los aciertos de McKay está en subvertir todo orden lógico, entregando una película sobre la ambición pública y el amor privado, que deriva en la formulación de tantas exclamaciones como interrogantes.
Una película llamativa en fondo y en forma y sobrada, ya entenderán cuando la vean, de corazón.
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