El optimismo es esencial para el progreso verdadero.
Nicholas H. Butler
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. Hoy vamos a reflexionar acerca de una película de Simon Curtis, Adiós Christopher Robin (2017). La historia nos lleva a la Inglaterra de entreguerras, donde están Daphne (Margot Robbie) y Alan Milne (Domhnall Gleeson), una pareja que, tras la primera guerra mundial, intenta reconstruir su vida. Pero ninguno puede. Alan incluso aprovecha el brindis de una fiesta para exponer la problemática sobrevenida a colación de la gran guerra, cuyas consecuencias todavía padece, con un estrés postraumático que su joven esposa intenta mitigar.
Cualquier cosa que le recuerde a la guerra, le hace regresar a la agonía de una vida llena de pesadillas. Alan es escritor, y su editor le pide que vuelva a escribir y ser él mismo, pero a su cabeza ya no acude la musa. Su mujer, que también está traumatizada por la cruel guerra, intenta en todo momento minimizar el sufrimiento con distancia y frivolidad. Juntos tienen un hijo, Christopher Robin (Will Tilston), pero en el parto Daphne sufre una malísima experiencia que le hace rechazar al bebé.
Como no acaban de regresar a la cotidianeidad, se trasladan al campo, pensando que allí Alan tendrá una vida más sosegada para volver a escribir, mientras el niño crece de una forma más saludable. Esto todavía agrava más la situación de Daphne, a quien alejan de poder acudir a fiestas elegantes como ella acostumbra. Un día, el destino hace que Alan y su hijo Christopher deban estar solos. Daphne se va a Londres con la voluntad de no regresar si su marido escribe de nuevo. Por otro lado, Olive (Kelly Macdonald), la niñera que tanto ama a Christopher y a quien él tanto adora, también se va, su madre enferma y debe acudir a cuidarla. Sin Olive, la única persona a la que Christopher tiene, quien en sus noches infantiles y en sus días le da todo el amor y el cariño que necesita, Christopher no sabe qué hacer.
Padre e hijo se quedan solos para todo. Juntos comen, dan paseos, soportan las noches. Dos personas que viven tan cerca y están tan lejos el uno del otro. Aunque al principio les cuesta adaptarse, pronto el pequeño Christopher enseña a su padre, en aquellos paseos por el campo, que no debe temer el zumbido de las abejas, ya que no son aquellas moscas que presagiaban cadáveres en las trincheras; ni tampoco debe sobresaltarse ante el explotar de un globo, que ya no es un tiro en medio del conflicto. Poco a poco el mundo del niño se convierte también en el del padre, un mundo en el que su osito Winnie-the-Pooh y el resto de sus amigos peluches que habitan en el bosque, se van alejando de la fantasía de un simple cuento, para dar forma a un libro que Alan comienza a escribir.
Aunque aquellos fueron los mejores días de la infancia de Christopher, encontrando el cariño y la manera de llegar a su padre, su vida y la de sus juguetes dieron paso a unos personajes que se hicieron muy populares en poco tiempo. Lo que hasta entonces había sido un cuento para ellos, se convierte en una vida que al niño no le gusta.
La película está basada en la historia real de Christopher Robin, y tiene una lectura muy interesante. Para quienes la habéis visto, y también para los que no, hemos de decir que es mucho más profunda de lo que parece. A veces la vida nos ofrece la cara más oscura y, a pesar de esa oscuridad, todavía podemos ayudar a otras personas. El niño no lo entendía, pero al crecer, llegó a comprenderlo. Cuánto podemos aprender de esas personas que vienen al mundo llenas de cariño y de esa fantasía que, por desgracia, vamos perdiendo con el paso del tiempo. Ellos nos enseñan que en un árbol viven unos personajes fantásticos; con ellos podemos aprender más de lo que pensamos: a volver a nuestra infancia, a recuperar nuestras ilusiones, a amar de nuevo.
Por eso, el optimismo es esencial para el progreso verdadero.
Con todo el cariño, desde La Mecedora.
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