Es difícil expresar racionalmente y por escrito por qué Dear Werner (2020) es una cinta imprescindible. Quizá porque no apela a la razón ni a la letra impresa, sino a la emoción a través de la imagen. Estando así codificada se hace complicado, si no imposible, analizar las claves y los porqués del talento de su director, Pablo Maqueda, y de su productora, Haizea G. Viana. Aunque quizá, a estas alturas, tampoco sea necesario ya analizar, ni apuntar claves ni buscar ningún porqué.
El documental narra la historia de un director idealista en crisis, un cineasta cansado de los obstáculos insalvables que le impiden dirigir; y, precisamente por ello, decide romper su desdicha dirigiendo, emulando un viaje que realizó el director Werner Herzog de Múnich a París a pie hace casi cincuenta años. Lo hizo como un acto de amor, de fe; por aquel entonces, Herzog acometió un sacrificio heroico para que su amiga Lotte H. Eisner, una figura fundamental de la historia del cine, no muriera. Pensó Herzog que, si realizaba el camino a pie, Eisner se salvaría, y este hecho impactó en la mente de un joven Pablo Maqueda, quien siempre pensó que su mentor le abría con ello una senda por la que desplegar su propia personalidad creadora. Así comenzó Dear Werner, una plegaria personal, una carta de amor que, avatares del azar, acabó llegando a su destinatario y convirtiéndose en correspondido. La película tiene algo de desafío, de templo sagrado, y así se lo hago saber a Maqueda, quien habla conmigo con una honestidad genuina difícil de simular. Con él discuto sobre el miedo y la abnegación; sobre lo extraordinario y lo mundano y, en definitiva, sobre el universo herzogiano que a los dos nos conquistó hace años y que ahora vemos tan perfectamente conjurado en su cinta. Dice Maqueda que es una película pequeña. Yo digo que es una gran película.
Dear Werner transmite un sentido de gesta heroica y, a la vez, de lirismo. ¿Cómo fue el momento germinal en el que viste factible caminar los 800 kilómetros que separan Múnich de París en pleno invierno?
Hace años, cuando leí Caminar sobre hielo, fue un momento muy revelador. Cuando vi Aguirre, la cólera de Dios (1972) con esa niebla que lo envolvía todo, esos paisajes, esa naturaleza… Además, acababan de rechazar la financiación de mi siguiente película, así que entendí que era el momento. El mérito de la película no viene del valor de producción, ni por tener una gran estrella, sino por el esfuerzo, por el empeño de rendir homenaje a ese maestro que es Herzog.
En la mochila, además de muchos kilómetros de recorrido ¿qué te traes que no esperabas encontrar?
Yo siempre he sido un director con mucho pudor a la hora de hablar de mí mismo en mi cine. Me encanta distanciarme al máximo y crear universos perfectos para mis personajes, pero con el estreno de Dolor y gloriame sentí muy inspirado por esa catarsis a través de la cámara. Haizea G. Viana, como productora, siempre me ha dicho “habla de ti, habla de lo que conoces, nunca lo haces”, y, si hay algo que conozco y de lo que puedo ser experto, es en recibir negativas a la financiación de mis películas; me parecía que ahí había un material bastante interesante a la hora de establecer el camino de un cineasta no desde el éxito, sino desde el fracaso.
Es curioso que menciones como punto de partida el fracaso, ya que contar con Herzog es todo un logro. Por experiencia sé que no es un cineasta sencillo de conseguir
Pues ha sido un proceso fácil, demasiado fácil, fíjate. Es una buena lección de que, cuando tratas un proyecto con mucho cariño desde la verdad, desde la honestidad, vas recibiendo regalos por el camino. El que viera la película y le gustara, y por ello participara, ha sido un regalo para mí. La pandemia también ha hecho que estuviéramos todos más en casa, y que Herzog pudiera darle mayor tiempo para reflexionar sobre la película. Yo le he pedí que me dejara usar los derechos de un audiolibro en alemán, pero él me dijo que no, que lo quería narrar él en inglés. Ha sido emocionante.
Es que escribir una carta de amor a alguien y que ese alguien te corresponda, y además participe con esa voz inconfundible de Werner Herzog…
Es la voz de dios. La idea de contactar con Herzog estaba ahí siempre, aunque nunca me había atrevido a hacerlo. Hace años, a finales de los noventa, descubrí en la revista Caimán un episodio en la vida del cineasta catalán Marc Recha, resulta que se fue a París a rendir tributo a Robert Bresson antes de que falleciera. Fue a conocerle e incluso estuvo viviendo en su casa varios días. Estuvo aprendiendo de él. Me quedé impactado pensando ¿a los maestros también se les puede conocer?
El documental es un homenaje a un gran hombre, pero también a varias mujeres como Lotte Eisner, Juana de Arco, Sophie Scholl, Agnès Varda… ¿Cómo decides establecer un diálogo con todas ellas?
Para mí han sido muy importantes. Debemos reivindicar a las cineastas y a la mujer en la historia. De hecho, la parte de Sophie Scholl es la que más pena me ha dado tener que dejar fuera del documental. Tenía quince minutos dedicados a ella, pero el foco se salía demasiado de la carta, porque era el vehículo que iba a tomar para reflexionar sobre el cine más político de Herzog, sobre esa película que nunca ha hecho sobre el nazismo en forma de documental.
Además, reivindicas a una figura muy poco conocida, como la de Lotte Eisner
Me parece lamentable que no haya una defensa a ultranza de su figura en la historia del cine; una mujer que ha atesorado con sus propias manos ateridas de frío latas de negativo como El gran dictador o El ángel azulpara que no se perdieran o las quemaran los nazis. Los herederos del periodismo cinematográfico no serían lo que son si no fuera por ella. Que yo llegara a la casa donde Herzog finalizó su viaje y ni siquiera supiera dónde estaba, y que fuera la propia Cinemateca la que tuviera que investigar para decímelo, habla mucho sobre ello. Obviamente, que yo llegara allí fue importantísimo, pero pensé que, a lo mejor, esta película servía para que le pusieran una placa y tuviera el digno respeto que su figura merece. Lo mismo sucede con Agnès Varda, que es una de mis cineastas favoritas, el hecho de que falleciera pocos meses antes de que yo arrancara camino, que su tumba estuviera muy cerca de la de Henri Langlois y todo ese homenaje a la nouvelle vague me parecía el equilibrio de la balanza.
Qué te voy a decir yo de Agnès Varda, es una de las personas más excepcionales que he conocido. Una mujer de un talento y un carácter extraordinarios. Como todas las mujeres que figuran en tu documental. Por cierto, el fragmento de Sophie Scholl deberías ponerlo como extra en el DVD
Esto no lo tengo ni editado, fue catártico. Para que veas las señales del destino, si te fijas en las imágenes de los cines de Múnich, en varios de ellos se está proyectando la película Cuando Hitler robó el conejo rosa (Als Hitler das rosa Kaninchen Stahl, 2019, Caroline Link), fui grabando por toda la ciudad los carteles. Era como si me encontrara con Scholl en cada calle. Pero bueno, tendrá que ser para otro proyecto.
Si hablamos de la estructura de tu película, percibimos que tiene algo de intuitivo, de experiencial. ¿Cómo la configuraste, existía ya en una escaleta previa?
No, no, la película ha sido construida por completo en la sala de montaje. Sí que es cierto que, a medida que iba caminando, iba tomando alguna nota, pero no tenía tiempo de reflexionar, solo de caminar y apuntar. Luego, en casa, en el sosiego, ya pude darle orden. Sobre todo, durante el confinamiento. Si nos ha dado tiempo de pensar sobre nosotros mismos, imagínate si tienes una película que reflexiona sobre el cine. También es cierto que, dentro de toda la locura que estamos viviendo en estos meses para el olvido, la película me tuvo muy centrado, fue algo en lo que ocupar mi mente en lugar de mirar las cifras. Aunque la estructura vino mucho más tarde, sí tenía claro que quería que fuera episódica, homenajeando la literatura. Porque Herzog no solo es cineasta y escritor, sino un gran lector, gran amante de la lectura que siempre dice: “Si queréis hacer cine: Leed, leed y leed”. Así que era una manera bonita de hablar de su cine desde las palabras.
¿Cómo se convence a la mente, al cuerpo y a la familia de que vas a realizar una proeza como esta?
De nuevo, se lo debo a Herzog, loco entre los locos. Hace unos años, fue al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona a dar una masterclass de cine y dijo que había llegado andando desde Múnich. La gesta épica física a Herzog le da igual, porque forma parte de su vida. Sí que tuve que prepararme, sobre todo, sacrificando mucho tiempo. Cuando me enfrenté al camino, ya formaba parte de mí. Herzog camina setenta kilómetros al día. Yo quise experimentar lo mismo que experimentó él; si él lo ha reflejado así en su libro, yo podré aprender algo para mi propia película. Fue una suerte de método Stanislavski. Si un actor o actriz lo hacen a la hora de meterse en un personaje, por qué un cineasta no lo va a hacerlo para contarlo en una película.
Cuando observas tu película y la ves por fin terminada, ¿cómo percibes que ha cambiado tu “yo actual” con respecto a tu “yo previo”?
Mucho. El Pablo anterior a hacer esta película era un director muy centrado en el futuro, y ahora se centra el presente. He llegado a estar en uno de los foros más importantes de coproducción internacional, en el Berlin Film Festival y, en lugar de estar disfrutando del momento, estaba centrado en que no estábamos consiguiendo una reunión o no estábamos llegando a un agente de ventas. Ahora mismo echo la vista atrás y pienso: “Qué imbécil”. Porque debería haber disfrutado estar ahí, de ese presente. Si algo me llevo después de esta película es que me gustaría seguir haciendo cine íntimo y pequeño, en paralelo con un cine orientado al gran público. De hecho, mi próxima película, La desconocida, ya tiene un presupuesto superior al millón de euros, con vocación mainstream, pero ya estoy maquinando sobre qué futuras locuras hacer.
En ese proceso de transformación que mencionas, ¿pasaste miedo en algún momento?
Pasé muchísimo miedo. Había momentos en que no tenía cobertura y mi pareja y mis padres estaban preocupados. Tuve miedo, pero ya no lo tengo. La primera noche, en medio del bosque, grabando sonidos extrañísimos, animales que te cruzan, pájaros, un ciervo de tres metros… Hubo un día en que un perro salvaje vino hacia mí. Cruzamos las miradas y fue una epifanía casi herzogiana, pudimos ver que estábamos muertos de miedo, ni el uno quería atacar al otro, ni el otro al uno. Después de episodios como estos, y de poner el cuerpo al límite, no es que pienses que podrás con cualquier cosa que venga, pero sí que podrás prepararte para ello.
Además de contar con Herzog, de haber superado un sacrificio titánico y de tantas experiencias ¿qué es lo mejor que te ha traído este proyecto?
Poder descubrir el cine de Herzog a las siguientes generaciones. Ahora que participamos en el Festival de Sevilla, que están los jóvenes programadores y que han elegido Dear Werner, he sabido que la película les ha animado a ver su cine, a querer contar historias; les llena de ese espíritu cercano a Herzog, a Cassavettes, al mumblecore y a decir: Da igual la falta de financiación, coge una cámara, haz cine y hazlo como sea.
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