Si Tim Burton fuera un momento del día, estaría ubicado entre el sueño y la vigilia, cuando los recuerdos de lo soñado son más vívidos, ese lugar donde reside una realidad imaginada en la cual todo es posible. La magia, la creatividad y su universo peculiar poseen nombre propio, por derecho denominado burtoniano el cual se adentra en los cuentos, unas veces más macabros otras menos pero cuentos. La ensoñación evocadora junto a sus humanizados monstruos, componen un mundo en una época entre Halloween y Navidad, como a su modo mezcló Jack Skellington en Pesadilla antes de Navidad. Una época fría que contrasta con la calidez de sus seres.
Con Charlie y la fábrica de chocolate (2005) se une de nuevo con su actor fetiche Johnny Depp quien es capaz de plasmar toda la excentricidad imaginativa del director. Willy Wonka, el más famoso chocolatero del mundo, pretende dejar su fábrica a un heredero, a falta de uno crea un sorteo por el cual cinco niños en todo el mundo serán los candidatos. De ellos quien supere la estancia y la visita a la fábrica será el elegido.
Si el mundo exterior de Charlie es gris, frío (a causa de la nieve) y se mueve entre la estética lúgubre del terror victoriano, muy del gusto de Burton, y la decadente pobreza del de Dickens, el del interior de la fábrica de Willy es colorido y divertido. En la fábrica en donde trabajan los Oompa-Loompa (Deep Roy), hay una clara referencia a la época dorada de los musicales, con coreografías cenitales caleidoscópicas y acuáticas que recuerdan al gran coreógrafo Busby Berkeley.
A su vez las canciones con más o menos moraleja, remiten al génesis de su carrera en los estudios Disney y a su predecesora de 1971 (Willy Wonka y la fábrica de chocolate Dir., Mel Stuart). Por el contrario, en contraposición al cuento colorista interior de la fábrica están los recuerdos de la infancia de Willy. Su rígido y terrorífico padre el doctor (dentista) Wilbur Wonka, personaje a quien da vida otro de sus actores habituales, el iconográfico Christopher Lee, quien con su profunda voz y su porte regio resulta imponente. De él, así como de Bela Lugosi y Vincent Price son actores cuyas películas Tim Burton había consumido y de quienes (entre otros) se ha visto claramente influenciado.
El maestro chocolatero recuerda la infancia con su padre a medida que avanzan en el recorrido por la fábrica. Si los niños deben aprender una lección durante el viaje, Willy también lo hace evocando los recuerdos reprimidos y las situaciones que le llevaron a abandonar a su padre.
A excepción de Charlie, personaje ya forjado y niño modélico, el resto deberá aprender su particular lección de la vida y evolucionar. El niño será quien guíe a Willy en el proceso.
Así el cuento alecciona a todos por igual, a niños y a grandes, pues éste Érase una vez… se dirige a todos nosotros, independientemente de la edad.
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