La alegría de hacer bien está en sembrar, no en recoger.
Jacinto Benavente
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer estar con todos vosotros. Empezamos nuevo mes y, con él, os voy a comentar dos películas que os harán pasar una tarde o una noche estupendas, No se aceptan devoluciones (2013, Eugenio Derbez) y Mañana empieza todo (2016, Hugo Gélin), la primera mexicana y la segunda su remake francés.
Ambas películas comparten idéntico argumento, salvo que una está contada desde la perspectiva de México y la otra desde la de Francia, dando cada una su propio toque cultural. Os voy a explicar la historia desde la perspectiva de la primera, No se aceptan devoluciones.
La historia nos lleva a Acapulco, donde un padre (Hugo Stiglitz) intenta por todos los medios quitarle el miedo a su hijo pequeño, Valentín, de seis años. Le ira desde el “Salto del Ángel” y le da lecciones, pero en vez de quitarle el miedo al niño, le va haciendo más y más miedoso. Siempre que Valentín siente algo parecido a esa emoción, evoca la figura de un lobo, y se ve a sí mismo luchando contra él. El niño crece, pero la imagen de su padre que le explica todo internamente no se le puede borrar de la cabeza.
Pero la vida de Valentín (Eugenio Derbez) es cómoda, no se arriesga, mantiene constantes aventuras con las turistas, y saca dinero para poder sobrevivir sin más. Hasta que un día llama a su puerta una Julie (Jessica Lindsey), una muchacha de la que Valentín ni se acordaba por haber sido ‘una más’, a pesar de que él le había dicho que era la única y que la amaba. La chica trae consigo a Maggie, una niña que dice que es su hija, entregándosela porque ella no puede hacerse cargo del bebé. Valentín le explica que no puede ser padre, ya que no es ni persona, sino solo un niño grande. Pero ella, pidiéndole diez dólares para un taxi (dinero que él coge del bolso de una de las dos amantes que están en su cama), se queda con la niña hasta que ella vuelva de pagar al taxista. Pero no vuelve. En su camino al aeropuerto, Valentín le grita y le llama para que vuelva; las dos chicas le cambian el pañal a la niña y le dan de comer, pues él no sabe nada de todo lo que supone criar a un bebé, su hija. Habla con sus amigos, un matrimonio que regenta un bar, y ellos le aconsejan que busque a la madre en donde ella vive, Los Ángeles. Él se pone a cruzar la frontera sin recurrir al avión, ya que no tiene papeles, y por la única fotografía que tiene de la madre de la niña y algo de información, decide ir a buscarla.
Se va por la carretera haciendo autostop, pasando la frontera clandestinamente. Llega por fin al hotel donde creía que trabajaba la madre de su pequeña, pero no está allí. Buscando más información, deja a la aniña guardada entre las toallas de la piscina. Así sube a donde cree que puede encontrarla, pero en su lugar está Frank (Daniel Raymont), un director de cásting de Hollywood, que necesita urgentemente un especialista de cine. Valentín, viendo su bebé se dirige gateando a la orilla de la piscina, junto con los lobos que desde su infancia le han perseguido, salta desde lo alto del hotel a la piscina, donde recoge a su hija. A partir de ese momento, ya no se puede separar de ella. Maggie (Loreto Peralta) se convierte en la sombra de su padre, ha sido el bautizo de su paternidad.
Imagen de ‘No se aceptan devoluciones’ © 2013 Alebrije Cine y Vídeo; Fulano, Mengano y Asociados. Todos los derechos reservados.
Frank le ofrece entonces dinero, pero para ello Valentín debe hacer de doble en secuencias peligrosas, todo por Maggie. Los años van pasando, sus vidas van cambiando, y nos colocan en los ocho años de la niña. Los dos son inseparables, tienen una casa con dos puertas, una para Valentín y otra pequeña para Maggie. La casa es un parque de atracciones donde ella es la niña más feliz del mundo. Pero en ese paraíso, ella quiere conocer a su madre. Valentín le manda la única foto que tiene de ella pegada a grandes personajes, explicando la vida que lleva salvando el mundo. Maggie es feliz, pero en el colegio comparte sus fantasías y eso alarma a la directora, no es creíble ni bueno para la niña. Pero la mamá aparece realmente, y se encariña con su hija. Aunque al principio todo funciona estupendamente, ya que al fin su madre existía, luego querrá su custodia. Y eso, el final, es para vosotros; solo un adelanto: hay un gran giro en la trama.
Tanto la película original mexicana como su remake francés han sido ampliamente galardonadas, y no es de extrañar, cada una en su forma de explicar resulta muy emocionante. Aunque en películas como Tres solteros y un biberón (1985, Coline Serreau) ya se había mostrado cómo unos hombres pueden hacerse cargo de un bebé y llegar a quererla, tanto el padre biológico como los de adopción, aquí es un solo hombre, uno miedoso, el que al final tiene que demostrar que los miedos no existen, un hombre que odiaba el compromiso, pero que supo aceptar el de ser padre. Una película que hace ejemplarizante la unión de dos personas, aunque no tengan nada en común, salvo lo más hermoso, la vida de una hija.
Son unas películas que, por lo menos, os harán pensar en la necesidad de prescindir del egoísmo y en la fuerza del amor. Por eso, la alegría de hacer el bien está en sembrar, no en recoger.
Con todo el cariño, feliz agosto desde la Mecedora.
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