No puedes medir tu éxito si nunca has fallado.
Steffi Graff
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. Empezamos mes y, con él, una nueva película para reflexionar, Historias de Filadelfia (1940, George Cukor).
La historia nos lleva a la mansión de los Lord, donde su bella hija Tracy (Katharine Hepburn), va a contraer por segunda vez matrimonio. En un periódico, su primer marido C.K. Dexter Haven (Cary Grant), intenta camuflar a los periodistas Macauley Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey), como amigos de la familia, para que puedan hacer una exclusiva de su vida. Y así se lleva a la pareja, él redactor y ella fotógrafa, a la casa.
Llegan allí pero Tracy, que no tiene nada de “tonta”, se da cuenta del engaño; sin embargo, como es chantajeada con sacar a la luz la intimidad de su padre con una joven corista, Tracy hace su papel, el que se presupone que deben hacer tanto ella como su madre y su pequeña hermana. Intentan simular que todo es delicioso en la delicada y educada familia Lord. Pero poco a poco, el día a día y la familiaridad de la convivencia, hacen que, con unas copas de más, todos vayan enseñando sus verdaderas personalidades. A través de gags que sacan una sonrisa, y con verdades a medias, la verdad se irá sabiendo. El planteamiento de comedia de situación hará que pases una estupenda tarde o noche junto a sus maravillosos protagonistas y el final, como siempre, es para vosotros.
La historia es muy habitual, chica quiere a chico; chico quiere a chica. Pero hay muchos personajes que van dificultando esa relación. Una d las lecturas que me ha hecho escoger esta película, es su relación con el síndrome de Procusto.
Os voy a poner en antecedentes. En la mitología griega se hablaba de un hombre, Procusto, que era dueño de una posada. Cuando acudía un viajero, Procusto le ponía en una cama de hierro hecha “a medida”; si el viajero era alto, la cama era pequeña, rompiéndole las piernas para que entrara; si era bajo, lo estiraba hasta que rellenara entera la cama. Este síndrome de la uniformidad o de la intolerancia a la diferencia, está presente en Historias de Filadelfia. Entiendo que hoy en día, con películas un poco más cruentas se podría mostrar también, pero me quedo con ella, una comedia donde la protagonista, una mujer a la que llaman fría y sin corazón, parece tener que encajar en lo que los demás le digan. Su primer marido le echa la culpa de haber bebido; había sido alcohólico por su culpa, según él. Su padre le llega a decir que frecuentaba mujeres jóvenes porque ella no era una buena hija.
Parece todo muy normal, que nos provoca una sonrisa, pero en este lapsus, dejamos que Procusto vaya con su mazo y coloque a Tracy en su sitio… ¿Qué sitio? El que todos quieren. Solo el periodista, quien también llevaba la carga de ser lo que no era, le entendía. También su sueño era otro, el escribir un libro, y supo ver en Tracy la vverdadera mujer que era. Y en una noche de paseos, de baños bajo la luna, y de copas que hacían que fuera sacado todo lo que llevaban dentro, encontró en Tracy a la verdadera persona. No entendía el juego al que era sometida, no entendía por qué ella entraba a autocensurarse. Un periodista, que no tenía nada que ver con su vida normal ni con sus amistades, hizo que esa noche Tracy fuera ella misma y volviera a nacer.
Por eso, cuidado con la intolerancia, con las pequeñas-grandes palabras que podemos utilizar. Las personas son lo que son y, como reza la máxima, no puedes medir el éxito si nunca has fallado.
Con todo el cariño, feliz junio desde la Mecedora.
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