La lluvia es un elemento dramático muy apreciado en el cine y por ello utilizado de forma reiterada ya que eleva y enarbola los sentimientos del personaje tocado por ella. Por su expresividad muchas son la obras representativas o que la han utilizado magistralmente, siendo abanderada la inmortal Cantando bajo la lluvia (1952, Stanley Donen y Gene Kelly) También hay otras que teniendo su principal escena dramática a la lluvia como sazonador del sentimiento han pasado a la historia de la imaginería audiovisual. Una de estas grandes cintas fue realizada y protagonizada en 1995 por Clint Eastwood: Los puentes de Madison. En ella se narra una historia de amor poco usual en el séptimo arte, la que surge entre dos personas maduras, Francesca y Robert Kindcaid.
Francesca es un ama de casa, casada, madre de dos hijos que en los años sesenta vive atrapada en una vida insulsa y monótona. El hastío que su situación y pueblo, ubicado en la profunda y tradicional Iowa, provocan en la protagonista son evidenciados al espectador por esa delicada interpretación que Meryl Streep siempre hace de sus personajes.
Para romper son esa agobiante rutina aparece Robert, un fotógrafo de National Geographic de vida aventurera. Kindcaid es el héroe bienhechor, ya forjado, que irrumpe en el pueblo para intentar salvar a la heroína de su triste vida. Si salvar y proteger son las máximas de todo héroe, poco puede hacer si su objetivo no se deja salvar. Ella es Francesca quien a su vez es una heroína la cual deberá proteger a su familia de las habladurías de un pueblo que los destruiría. Con estas, la heroína sacrifica su felicidad, su vida y al amor verdadero, por sus hijos y un marido al que, pese a no amarlo, le quiere.
Su desgarrante y trágica historia de amor, físicamente, dura cuatro días, los que ella se queda sola en casa, pero se mantendrá durante la vida de ambos. El sacrificio de los personajes será revelado a la muerte de Francesca a sus hijos de forma epistolar, mediante tres diarios en los que explica el motivo por el cual a su muerte quiere yacer junto a un hombre que nos es su padre. A ellos les dedicó la vida pero en su muerte desea estar junto a Robert.
La historia de sacrificio heroico no será épica como en obras de otro carácter pero sí más creíble que muchas de ellas por la verdad sincera que entraña. La siempre consagrada ama de casa, fiel a sus hijos, resignada a una vida de la cual no podrá huir sin herirlos y por ellos se somete y aguanta. Aquí se llama Francesca, sin embargo tiene muchos nombres.
Clint Eastwood no enfoca la relación como un adulterio indecoroso, no castiga a los amantes, pues su amor es real y verdadero. Pocas veces se nos ofrece esta perspectiva ya que, generalmente, esto desencadena todos los males, sobradamente conocida es la temática de Ginebra y Lanzarote que se viene repitiendo desde hace siglos, no obstante, de vez en cuando se rompe para profundizar y contar algo más veraz.
Para evidenciar y resaltar ese sacrificio por parte de los amantes era necesaria una de las mejores y más trágicas escenas bajo la lluvia de la historia del cine. Un chaparrón de amor contenido y corazones rotos.
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