Es muy habitual tener la necesidad de un cambio en la vida, sentir que uno no está en la ciudad que debe, viviendo en el país incorrecto o desempeñando un trabajo desmotivador. Un inconformismo que nos lleva a desear cosas que, desgraciadamente, a veces no se cumplen, o no en la forma en que nos gustaría. Con su peculiar forma de contar cuentos terroríficos en 1988 Tim Burton dirigió su segundo largo Bitelchús donde la consigna: “ten cuidado con lo que deseas” es parte de su divertido argumento.
Barbara y Adam Maitland (Gena Davis y Alec Baldwin) son una joven pareja con dificultades para tener hijos, pese a su profundo deseo incumplido, su vida de apariencia feliz se desarrolla en su gran casa situada en lo alto de una colina, una imagen similar a la que Hitchcock nos ofreció de la mansión de Norman Bates en Psicosis (1960), y al igual que esta será habitada por unos muertos, pues tras un cómico accidente de coche, los Maitland fallecen. Será en la otra vida cuando tras morir y ya como fantasmas, encontrarán la plenitud con su gran deseo cumplido: “vivir” en su gran casa con un hijo. Si bien, la hija es una adolescente, Lydia (Winona Rider), una joven solitaria y oscura (alter ego del propio Burton) a la que su padre y madrastra ignoran y con quienes se muda al caserón. Ella, a su vez, hallará los padres que anhela tener en la pareja de difuntos, formando una extraña familia feliz, muy al estilo del director. Para los decorados Burton hizo gala de su gusto estético por el expresionismo alemán cinematográfico, muy evidente en el pasillo del purgatorio de Más Allá. Una estética de la que ya hizo gala en su corto Vincent, narrado por la mágica voz Vincent Price. En este largo todos los elementos que más adelante pondrá en sus cintas y que harán sus trabajos reconocibles, están presentes.
No todos los fantasmas que aquí se presentan son buenos, la parte gamberra y canalla la pondrá el bio-exorcista Bitelchús, interpretado por el polifacético Michael Keaton, quien durante un tiempo sería el actor fetiche del realizador, interpretando a sus dos geniales y góticos Batman. Con su extraordinaria actuación Keaton daría vida a uno de los fantasmas, cinematográficamente hablando, más famosos convirtiendo a Bitelchús en un personaje de culto, cuyo nombre ya nadie se atreve a pronunciar tres veces seguidas. Pues bien sabido que si él aparece, siendo liberado, reinará el caos. Pese a que este personaje es quien le da título a la película hasta pasar a ser un referente cultural, en el filme no realiza su aparición hasta ya muy avanzado el metraje. Sin embargo, es el que resulta totalmente inolvidable, siendo la némesis de los otros dos fantasmas, el matrimonio Maitland, una pareja que representa a esa clase media-alta americana con su típico sueño y el American way of life de aparente perfección, una capa tras la que se encuentran las mismas desdichas y anhelos que en el resto de los mortales.
Una velada pero incisiva crítica social habitual de este realizador que agudizaría más adelante en Eduardo Manostijeras (1990). Más mordaz y evidente resulta su visión sobre los padres de Lydia, ella una supuesta “artista” con su grupo de seguidores, como si de Warhol y su Factoría se tratase, solo que en la cinta de Burton estos grupos elitistas carecen de calidad y técnica, patente en sus creaciones escultóricas que rozan el absurdo y el mal gusto. Los Maitland sólo alcanzarán esa “vida” perfecta cuando la cambien, exactamente con la muerte, al acostumbrarse a ese nuevo estado de imperfección, tendrán esa vida perfecta que tanto desean, aunque no en la forma deseada. Y es que en la mayor parte de las ocasiones nuestros deseos no se realizan de la forma esperada, hay que saber disfrutarlos o bien tener mucho cuidado con lo que deseamos, no sea que se cumpla.
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