Pasada la cuesta de enero, que actualmente parece prorrogarse y eternizarse, comienza una etapa mejor, más positiva. Llega febrero, un mes para los enamorados. Las actividades dedicadas a San Valentín son numerosas, únicamente tenemos que pararnos ante un escaparate para observar que todo él está repleto de corazones rojos. Si ponemos la televisión las películas románticas, con o sin comedia, aunque sí con happy ending, invaden la parrilla. ¿Pero qué sucede con esos seres para quienes el final de su historia no termina cuando encuentran el amor, si no que ello resulta ser el detonante argumental de la catástrofe del héroe? ¿Quién no tiene en su recuerdo films en los cuales al protagonista, destinado a un fatídico final, le es negado el derecho a ser amado, al contacto humano? Personajes trágicos que, por algún tipo de defecto físico, (la nariz de Cyrano, la cara del fantasma de la ópera…), son rechazados al salirse de la norma, pues ellos, a diferencia de la Bestia, no están encantados, no tienen la posibilidad de cambiar su exterior, lo que les conducirá, por muy tiernos y nobles que sean, a un final dramático.
Imagen de Eduardo Manostijeras © 1990 Twentieth Century Fox Film Corporation. Distribuida en España por 20th Century Fox Home Entertainment. Todos los derechos reservados.
De todos ellos, el más tierno, cómo no, si se trata de una máquina cortadora con una galleta por corazón, es Eduardo Manostijeras (1990, Tim Burton). Un moderno monstruo de Frankenstein creado por un entrañable inventor sin descendencia, interpretado por el elegante Vincent Price en el que sería su último papel. La tragedia para la criatura comienza cuando, justo antes de concluirla y ponerle las manos, el anciano fallece dejando solo, desamparado e inacabado en su solitaria mansión de la colina, a la creación a quien consideró y educó como a un hijo, a diferencia del doctor Frankenstein, quien engendró al monstruo con el único propósito de alcanzar su propia gloria y reconocimiento en el ámbito científico.
Parece que su cambio de fortuna acontecerá cuando Peg, una representante de Avon, lo descubre y decide llevarlo a casa con su familia. Edward es acogido por todo el vecindario, sumergiéndose en el típico barrio residencial norteamericano de familias acomodadas, con sus casitas idénticas solamente diferenciadas por las variedades de tonos pastel de sus fachadas. Imagen que contrasta con la austera y elegante mansión en la que él vivía, tan única y diferente como sus moradores.
Imagen de Eduardo Manostijeras © 1990 Twentieth Century Fox Film Corporation. Distribuida en España por 20th Century Fox Home Entertainment. Todos los derechos reservados.
Burton realiza una crítica hacia este tipo de sociedad que habita en unos barrios en los cuales resulta complicado distinguir las viviendas, todo y todos tratan de ser iguales, de encajar, de no salir ni romper norma alguna. Pero tras cada casita unifamiliar se esconde un mundo muy diferente donde un ama de casa aburrida se divierte con el fontanero, donde la introvertida resulta ser una fanática religiosa, donde el hijo malcriado atraca la casa de sus propios padres, o donde la simpática, agradable y muy extrovertida termina siendo la mayor cotilla. Una idea repetida en películas como Las mujeres perfectas (2004, Frank Oz), o en la actual serie Mujeres desesperadas (2004-2012, Marc Cherry).
Edward, con su llegada, es quien convierte en únicos y diferentes a los vecinos, con originales, personalizados e imposibles cortes de pelo que realiza a las mujeres y perros, distinguiendo cada parcela, y todo el barrio en sí, entre el resto del mundo, al hacer de sus jardines un zoo de setos. Transformando ese pequeño mundo con su desbordante imaginación y creatividad.
Pero los humanos, seres volubles y materialistas, cambian de opinión hacia él, tras ser acusado de un robo y de “atacar” a los dos hijos de Peg, siendo todo ello una serie de desafortunados accidentes.
La tragedia final comienza cuando Edward logra el amor de su amada, Kim, la hija de Peg. Este hecho que en los cuentos de hadas en los que el príncipe encantado al lograr el beso de amor verdadero, consigue romper el hechizo, hallando para sí el ansiado final feliz, no les sucede a los “monstruos”. Para ellos el cariño o contacto humano les está vedado.
Su destino es la eterna soledad. Una creación que posee mayor humanidad que los propios hombres y que es un ejemplo a seguir por sus valores y ternura, no tiene cabida en un mundo donde egoísmo e interés son los reyes.
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