No todos los días dos títulos españoles ganan el Goya a Mejor película. De hecho, es la primera vez que sucede en los treinta y nueve años de historia de la Academia de las Artes y de las Ciencias Cinematográficas. Pero ese ha sido el veredicto, tanto El 47 como La infiltrada se han alzado con la estatuilla en reconocimiento a su mérito histórico: la primera, por ser la película más vista en los últimos cuarenta años; la segunda, por mantenerse durante dieciocho semanas en cine. Ambas están basadas en hechos reales, ambas llegan al alma y ambas, ahora, poseen el máximo galardón del cine español.

La de esta noche ha sido una gala emotiva desde el primer momento. Durante sus casi tres horas, se ha visto la pasión en cada uno de los discursos, iniciado por un emocionado Salva Reina, quien parecía no creerse su Premio a Mejor actor de reparto por El 47. La película de Marcel Barrena se ha hecho con cinco de los catorce premios Goya a los que estaba nominada, incluidos los de Mejor película, Actor de reparto, Actriz de reparto, Efectos especiales y Dirección de producción, siendo la película más premiada de la noche.

También Pedro Almodóvar ha visto recompensado su trabajo en La habitación de al lado, película que ha obtenido el Goya a Mejor guion adaptado, el de Mejor banda sonora para Alberto Iglesias y el de Mejor Diseño de arte. Aunque el manchego no pudo estar presente, fue recordado en numerosas ocasiones, dejando patente su importancia en el presente y en la historia de nuestro cine.

La virgen roja, de Paula Ortiz, así como La guitarra flamenca de Yerái Cortés y La estrella azul han obtenido dos estatuillas cada una, así como Marco ha conseguido el de Mejor actor para Eduard Fernández, en una de las entregas más emocionantes de la gala, de la mano de su hija Greta Fernández y el actor Josep María Pou. También se despejaron las dudas respecto al Goya a Mejor película europea con el premio a Emilia Pérez, cuyos representantes no dudaron en señalar: «ante el odio y el escarnio, más cultura y más cine».
El tono de la noche ha sido desenfadado gracias a unas anfitrionas, Leonor Watling y Maribel Verdú, que han contribuido a que la ceremonia cobrara un aire sofisticado, pero ameno, al tiempo que han aplacado los nervios de unos galardonados lógicamente sobrepasados de emoción.
Películas comprometidas como Las semillas de Kivu (Goya al Mejor cortometraje documental) se han combinado con el glamour de Hollywood brindado por el Goya Internacional entregado al actor estadounidense Richard Gere. En su discurso, el actor de Oficial y caballero no dudó en señalar que vivimos “tiempos oscuros” y que no nos queda más remedio que “ser valientes, amar y meditar” para salir adelante.
A este discurso se han unido los de decenas de premiados que han invocado el artículo 47 de nuestra constitución, que clama por el derecho a una vivienda digna.

La Goya de Honor de este año, Aitana Sánchez-Gijón, se ha mostrado entera ante un anfiteatro entregado a su talento, haciendo hincapié en la belleza de una profesión como el cine, a la que lleva dedicándose más de cuarenta años. También ha habido ovación ante el discurso de María Isasi, hija de la recientemente desaparecida Marisa Paredes, quien confesó no poder imaginar lo que este país quería a su talentosa madre, quien también fue recordada por un Fernando Méndez-Leite ameno y dulce que no dudó en explicar en qué consiste la presidencia de la Academia del cine.

Esta ha sido una gala que ha reivindicado nuestro cine como industria, en el que hay sitio, tal como ha recalcado la productora María Luisa Gutiérrez, tanto para la comedia familiar de éxito, como para el cine intimista, aquel que no rinde en taquilla, pero cuyo poso solidifica en la mente de los espectadores, viaja fuera y crea ‘marca España’: “una industria sana -ha remarcado en su discurso final- necesita los dos tipos de cine; el uno no puede vivir sin el otro”.
Y es que, una noche más, el cine español ha exhibido músculo y talento, mostrando que, ante la adversidad, lo importante es ofrecer calidad y unión. Porque, en el cine todos nos necesitamos y, como se ha dicho en la gala, “hasta el director más ateo sabe que el cine es un milagro”. Celebremos el milagro del cine español.
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