Las tan deseadas vacaciones veraniegas, en ocasiones, no llegan de la forma deseada o esperada, ya que ese ansiado descanso puede tornar en una terrible y desenfrenada pesadilla.
Sobre esta base en 1956 Hitchcock reinterpretó su propia obra de 1934 de su etapa inglesa El hombre que sabía demasiado. Esta última versión de su época estadounidense tiene como protagonistas del matrimonio McKenna a James Stewart y a Doris Day.
La pareja y su hijo, Hank, tras un congreso médico en París al cual debía acudir el marido aprovechan para recorrer Europa y norte de África. Las preciadas vacaciones en Marruecos se convierten en una pesadilla al verse involucrados en el complot de un asesinato.
Louis Bernard, un hombre al cual conocen en el autobús, es asesinado en el zoco. Antes de morir se acerca al doctor y le susurra al oído que un hombre de estado será asesinado en Londres.
Este secreto provocará el secuestro del pequeño Hank. La pareja acudirá a Londres para intentar recuperar a su hijo.
Pese a la seriedad de esta trama y toda la intriga que la rodea, durante su desarrollo los momentos cómicos tendrán cabida. Como en el restaurante árabe, donde James Stewart con su gran estatura, se ve en serios problemas para sentarse en unos cojines y cenar a una mesa baja. La complicación de: “¿dónde meto mis largas piernas?” ante la cual se encuentra el cómico Stewart y las reacciones ante esto de Doris Day, crean una escena irrisoria. Otro momento álgido del actor es su absurda pelea en la tienda de un taxidermista al cual cree sospechoso del secuestro. En el lugar, abarrotado de animales disecados y trabajadores, el doctor se ve “atrapado” entre las fauces de un fiero león, eso sí, disecado.
La obra no sólo es un remake que el propio Hitchicock realiza de una obra suya. A su vez hay referencias que nos recodarán a obras futuras, como Vértigo, donde volverá a subir al protagonista a tejados y campanarios, solo que en El hombre que sabía demasiado carece de su fobia a las alturas que poseerá en la cinta del ’58.
Así mismo, incluye a su compositor favorito, Bernard Herrmann, dentro y fuera de la obra; quien se encarga de la banda sonora y a su vez, cuando Jo McKenna baja del taxi para dirigirse al auditorio y frustrar el asesinato, vemos unos carteles que anuncian con letras inmensas la obra musical del mencionado director de orquesta.
Es en este momento, el del auditorio Albert Hall cuando la tensión es dirigida únicamente con el sonido de la música y el magistral montaje en paralelo se nos muestra lo que va a suceder. No hay diálogo, únicamente el grito final de Doris Day interrumpe esta escena que recuerda los inicios mudos del cine (aunque aquí sin siquiera subtítulos), grito que devuelve el habla a los personajes. La tensión del asesinato es más fuerte en el espectador que en los personajes, pues el primero conoce el momento exacto en el cual va a ocurrir, cuando la orquesta toque los platillos. Podríamos tomar esto como un mensaje oculto codificado por medio de la música, señal que sólo el asesino y nosotros conocemos.
Un mensaje musicalmente oculto es una estrategia que Hitchcock elaboró más arduamente en una película considerada por algunos como una “obra menor” y que sin embargo, es una cinta maravillosa, Alarma en el expreso (1938).
Doris Day al inicio y final de la cinta cantará Qué será, será canción original que obtuvo un Oscar. Es la misma canción cantada de forma muy diferente. La melodía y su fabulosa voz la llevarán hasta el objeto de búsqueda y rescate de la película, hasta su hijo.
Un final de vacaciones feliz aunque sobradamente estresante.
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