En 1945 Hitchcock volvía a colaborar con Selznick en la producción de otra de sus obras, Recuerda, siendo de nuevo todo un éxito en un director que a ello nos tiene habituados. En la película, la trama se centra en los recovecos ocultos de la mente, en ese subconsciente lleno de cajas, con momentos y recuerdos que no deseamos abrir y que el método del psicoanálisis freudiano, tan de moda en la época, se empeñó en destapar.
El onirismo, con su representación artística en el surrealismo, está muy presente, es parte central de la obra, una explicación de los sueños que ese mismo psicólogo (Freud) tomó como cura y explicación de represiones que durante los sueños tienen salida. Se trata de otra gran obra de la unión de Hitchcock con Selznick, a quien pese a no soportarlo trabajarían unidos en más ocasiones. Una fusión que, pese a la mala relación, dio unos frutos sobresalientes. Ingrid Bergman interpreta a la protagonista la doctora Constance Petersen, encargada de restituir la memoria, por medio del psicoanálisis, del doctor John Ballantyne, Gregory Peck, el cual se halla sumido en una profunda amnesia causada por un estado de culpa.
Este argumento tiene en su centro el estudio de un sueño de John Ballantyne, una escena sobradamente conocida, que pertenece al género del surrealismo y, como no podía ser menos, se la debemos a uno de sus mayores representantes: Dalí.
En ella hay una clara referencia a la obra que realizó junto a Buñuel, Un perro andaluz, 1929, cuando un hombre corta con unas tijeras gigantes, unas cortinas decoradas con ojos. La pérdida de todo recuerdo da paso al thriller, ni el propio protagonista es consciente de haber asesinado o no a un prestigioso psicólogo. Su ausencia de recuerdos mantiene el suspense, todos (personajes y espectadores) desconocemos si nos encontramos solos ante un asesino implacable o ante una víctima.
Esto crea diversas expectativas sobre la manera en la que se resolverá el problema, hay dos bifurcaciones, ambas igual de válidas. Cuál será la salida que tome el personaje, la incertidumbre creada por carecer de recuerdos, mantiene el suspense, del que Hitchcock es el rey soberano, retardando las expectativas hasta el final de sus obras.
Además de los decorados, resultan novedosos otros detalles, como por ejemplo, que la heroína sea quien debe salvar y rescatar al héroe de su trágico destino, la muestra del tratamiento del psicoanálisis como método curativo para la salud mental. Asimismo, podemos encontrar otras sorpresas, como las tomas subjetivas. En varios planos adoptamos la situación del personaje, viendo lo que él ve, ya sea en el trance nocturno en el cual Gregory Peck bebe un vaso de leche con bromuro. Somos nosotros, con ese plano subjetivo, quienes lo bebemos. Al igual que el suicidio del director de la clínica, esa pistola que dirigida por una mano rígida, encañona la cámara, que a la vez son nuestros ojos y los del doctor.
Una subjetividad que un poco más tarde, una película de cine negro llevaría al extremo, adoptando la postura del protagonista durante todo el metraje. Es La dama del lago (Dir. Robert Montgomery, 1946). Únicamente vemos lo que el detective Philip Marlowe ve.
La obra de Hitchcock trata la importancia que para nosotros tienen nuestros recuerdos, y que tal vez ellos o su ausencia, sean los que nos componen como seres buenos o malos, con habilidades innatas que nuestras manos no olvidan cómo hacer. Su ausencia puede cambiar los actos que estamos dispuestos a cometer, ya sea el doctor John Ballantyne en 1945 o un Jason Bourne y su saga desde 2002.
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