Febrero, el mes de los enamorados y por supuesto de los desenamorados. Los corazones rotos, los solitarios, son también los grandes protagonistas de San Valentín. El amor y las rupturas son temáticas habituales en el universo burtioniano. De una manera u otra la pareja está presente, la suya incluida, Helena Bonham Carter, a quien, cinematográficamente hablando, suele asesinar, generalmente, a manos de su protagonista favorito, Johnny Depp.
Uno de esos tristes corazones rotos es el del estereotipo de La novia cadáver, (2005), una mujer enloquecida y fuera de sí, que ha perdido la razón al verse abandonada en el altar, a punto de casarse, con su vestidito blanco de novia y su ramo de flores. Un personaje que rememora al de la obra de Dickens Grandes esperanzas, en el de la señorita Havishan.
Si bien, la joven de la obra de Burton sigue la temática más tétrica presente de su imaginario. Es una novia plantada difunta, cuya base se encuentra en un cuento ruso. Es esta película su segunda realización en stop-motion. Solo al final del metraje el mundo de los vivos y los muertos se entremezcla, pero hasta ese momento la diferenciación es muy notable. El de los vivos, situado en época victoriana es gris, oscuro, lleno de ese goticismo tan de su gusto, donde puede dar rienda suelta a los claroscuros del expresionismo cinematográfico.
Este mundo frío, triste y monocromático de los vivos, contrasta con el de los muertos, que se divierten en bares donde abunda el color, la música y la diversión.
Los muertos resultan tener más corazón, humanidad que muchos de los vivos. La sensibilidad y humanidad del “monstruo”, es también otra de las características en la obra de Tim Burton. Como referente tendríamos que rememorar a Eduardo manostijeras (1990). Otra triste historia de amor con la que su inolvidable personaje se instauró en nuestro imaginario y en nuestros corazones.
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