Una vez más, como todos los años al adentrarse el otoño con sus melancólicos colores y la llegada del mes de octubre, comienza a introducirse en nuestras casas el terror. Halloween, Todos los Santos u otras denominaciones vienen para recordar a nuestros muertos y a la aterradora muerte. Una época dedicada al visionado de obras de cine de terror, género infravalorado posiblemente a causa de algunas obras de escaso valor o carente en su totalidad.
Sin embargo, dentro de nuestras fronteras hay grandes nombres con una calidad abrumadora, desde Chicho, Alex de la Iglesia, Balagueró, Paco Plaza, pasando por Amenábar y su inolvidable Tesis hasta Rodrigo Cortés.
Este último en Blackwood (2018) aborda el tradicional terror gótico con su arquetipo de casa encantada. Una vieja mansión aislada por bosques y colinas. Una sobria arquitectura que alberga una institución muy exclusiva para disciplinar a jóvenes problemáticas. Únicamente cinco chicas serán admitidas en esta intimidante escuela gobernada férreamente por Madame Duret. Una figura autoritaria que recuerda a la terrorífica Señora Donver creada por Daphne du Maurier para Rebeca con su estricta manera de llevar Manderley, asimismo ambas mansiones comparten su final.
Las jóvenes que serán educadas en Blackwood tienen algo en común; son sensitivas, cuyos poderes en una era moderna y escéptica como la actual, han sido tomados como problemas mentales y en consecuencia tratados farmacológicamente. Tras la retirada de los medicamentos todas ellas se convierten en canales para los fantasmas que moran la vieja mansión.
Pero no sólo se trata de una obra de casas encantadas, también se mezcla la posesión. Espíritus embaucadores dirigidos por la bella y malvada Madame Duret (Uma Thurman) se instauran en el cuerpo de las jóvenes para dar rienda suelta a un arte al que cada uno de ellos por fallecer prematuramente, dejó inacabado.
Espíritus anclados a ambos mundos pero que únicamente pueden sobrevivir dentro de esa mansión y de las jóvenes víctimas que les proporcionan. De esta manera sutil logra fusionar ambas líneas de creación: mansiones encantadas y posesiones.
A su vez la estética se mezcla. Todo lo que rodea y habita la mansión posee un aire decimonónico en contraposición con las cinco chicas del siglo XXI. La iluminación, decoración, parajes naturales, todo parece dirigir la mente a un retorno al pasado, una era en la cual se ha quedado asentada. Si con la retirada de móviles e internet las desarraiga del presente con su retorno las devuelve a la realidad.
Como viene siendo habitual en obras de terror encontramos la figura denominada “la última chica”, en este caso hallamos dos, sin embargo, la importancia que cobra la protagonista y su bagaje la convierten, en cierta manera, en esa última chica.
Con esta obra Rodrigo demuestra que el buen hacer, la calidad estética y fotográfica son muy posibles, es más cohabitan en perfecta armonía en el cine de terror, pudiendo mantener la elegancia y a la vez asustar al espectador, siendo esto último lo que se busca al consumir el género. El terror al mal que está por llegar o acecha tras la puerta.
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